sábado, 12 de octubre de 2019

99. Private club

Hace unos días, invitado a dar una charla en un club privado, me vi cenando con un grupo de miembros del club -cultos, amables y cordiales-, hablando de todo y, cómo no, rozando pronto lo explícitamente ideológico. Como no quería (realmente) escandalizar, y el contexto era tan amable y acogedor, ante la exigencia (también amable) de autodefinirme, lo hice, sin engañar ni engañarme, creo, como heideggeriano de izquierda. Sonó raro, me di cuenta, y no sé si por dentro o por fuera de algún límite allí presente, invisible. Creo que algunos de los asistentes entendieron lo que quería decir, y es posible que otros lo tomaran como una excentricidad, y aún otros como un subterfugio. 

No me dejó insatisfecho el episodio. En momentos así, el vino, la charla agradable y el ambiente simpático, uno piensa que podría llegar a decir algo que después deseara haber dicho de otro modo "bajando las escaleras"*. No, iba contento y un poco divertido mientras bajaba las escaleras de ese magnífico y discreto piso.

*Al comienzo de su reciente En defensa de la Ilustración, hace referencia Steven Pinker a l'esprit de l'escalier (el "ingenio de la escalera", según la traducción de Pablo Hermida Lazcano,  Ed. Paidós, 2018). Fue precisamente la invocación del optimismo de Pinker en un momento de mi charla, con cierto tono melancólico o irónico que algún asistente captó, lo que llevó la conversación posterior, durante la cena, hacia un terreno propiamente político. (De Huellas, 2019)