sábado, 21 de marzo de 2020

141. De lo escrito y lo verdadero

En tiempos de confinamiento forzoso, biopolítico, una mirada hacia atrás y adentro.

La necesidad de escribir existe. Al menos, para mí -si se pudiera decir algo así- existe cada vez más. Hay un ritmo del pensamiento y una forma de estar estructuradas las ideas en la conciencia que sólo se ponen de manifiesto mediante este acto simple y puro: escribir. Es más, en el acto de escribir se ejerce con toda su intensidad el compromiso fundamental que le liga a uno con su propio pensamiento, consigo mismo. ¿Qué puede escribir uno que no lo viva en el acto mismo de escribirlo? Puedo hablar en voz alta, o sin voz, conmigo mismo, o estar en silencio, pero lo que digo y lo que callo me pertenece y me compromete sólo a medias. En cambio, cuando escribo me detengo cien veces, selecciono, pienso y pienso, para que sólo quede escrito lo instantáneamente cierto. “¿Qué puedo saber con certeza del mundo? ¿Qué naturaleza tiene esa certeza?”. Son preguntas que se están formulando una y otra vez, silenciosamente, cuando escribo, sea cual sea el ámbito al que se dirija mi atención. Escribo muy lentamente -también muy poco-, pensando, me interrogo, me busco, quiero escribir aquello que vea claro, en el estado en que se encuentre, con su sentido propio; y este acto constituye el único método para decidir -siempre en el último instante, cuando ya la pluma acompaña a la palabra- qué sé, qué creo, qué puedo decir que considere -con todas mis fuerzas- verdadero.

Pienso, luego existo; escribo, luego pienso. (De Huellas, 1990)