sábado, 28 de noviembre de 2020

189. Los cinismos de la Concertada

Si quisiéramos buscar una muestra de las desigualdades de esta sociedad, tal como se generan y reproducen en nuestro país, y de sus claves estructurales (también en términos arquitectónicos, como quiere el pensamiento deconstruccionista), bastaría con que señaláramos a la enseñanza y a la sanidad concertadas. Nos quedaremos ahora con la enseñanza, la Concertada por antonomasia (escrita con mayúscula, como señalaba García Calvo lo condenable), con motivo de la aprobación de una ley (con alguna participación de "los nuestros") que por fin pone algunos límites a este subterfugio al servicio de la enseñanza religiosa y (en consecuencia) de clase*. 

Por encima, o mejor, por debajo, de todo el blablablá ideológico de la derecha (la máscara liberal y en ocasiones anarcoide de sus privilegios hereditarios), aprendí con Mu y nuestras amigas profesoras a reconocer los trucos de la Concertada (cada vez con más recursos) para congregar a los alumnos de "familias bien" y despachar (segregar, dice la Ley) a la enseñanza pública (cada vez con menos recursos) a todos los demás. Ellas han visto y sufrido (en el alma) las consecuencias de esa segregación durante décadas, todos los alumnos, nombres, rostros (diría Lévinas), que se han ido quedando en el camino. Ahí naciste, ahí te quedas. Y, si sales, que no te queden medios (ideológicos) ni fuerzas para luchar contra el statu quo (como los inmigrantes que en EE.UU. votan para que echen del país a los que han llegado después).

Esos trucos de los centros, sobre todo religiosos, recordemos, amparados hasta ahora por las leyes y los gobiernos, y homólogos de los trucos mentales, ideológicos que han llevado, también, a tantos, también profesores de la enseñanza pública (siempre hay alguna excusa) a entregar a sus hijos a la Concertada. Para protegerlos, ¿de qué, de quién? Yo quiero lo mejor para mis hijos. Tantos cinismos.

"Una vez, al volver del paseo, papá puso a Lucien sobre sus rodillas y le explicó lo que era un jefe. Lucien quiso saber cómo hablaba papá a los obreros cuando estaba en la fábrica, y papá le enseñó cómo había que comportarse. Y su voz era muy diferente. «¿También yo llegaré a ser un jefe?», preguntó Lucien. «Pues claro, hijo mío, para eso te he hecho yo.» «¿Y a quién voy a mandar?» «Bueno, pues cuando yo me muera, tú serás el patrón de mi fábrica y mandarás a mis obreros.» «Pero entonces ellos también estarán muertos.» «Bueno, pues entonces mandarás a sus hijos, y tendrás que saber hacerte obedecer y querer.'** (Las cursivas son de este QSY).


*https://www.eldiario.es/sociedad/ley-celaa-pone-bases-lucha-segregacion-escolar-dependera-autonomias_1_6455662.html

 ** Jean-Paul Sartre. La infancia de un jefe. Traducción de Miguel Salabert. Alianza: Madrid, 1994.



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