Ayer estuvimos, Mu y yo, viendo a Sergio, nuestro sobrino, bailar. Sergio R. Suárez (así se presenta él en el mundo de la danza) es un bailarín maduro, competente y creativo (también es coreógrafo), en un grado superior, con toda seguridad, al que pueden juzgar espectadores, como nosotros, que no frecuentan habitualmente los espectáculos de danza. Solemos ir más al teatro y sabemos que el escenario es un espacio sagrado, y que quien es capaz de hacerse con ese espacio virtuosamente merece siempre nuestra admiración. Seguimos desde hace años el desarrollo cuasi-orgánico de dos obras (o series de obras) creadas por Sergio, Fetiche, una pieza magnética y encantadora sobre el deseo, y otra línea de desarrollo que va, de momento, desde I'aam hasta La Revisión. En esta última serie, baila él mismo, solo, y en audaz y valiente soledad se plantea (ahora también explícitamente, en esta última versión) enfrentarse a los rígidos patrones de género de la danza española. La ejecución de la pieza es dura, esforzada, agónica, y solo en algunos momentos parece encontrar el camino entre los movimientos impuestos por la tradición normativa, de los que intenta literal, físicamente, desprenderse. Entonces hay algo de paz y de luz, de esperanza, que por lo general dura poco, para volver una y otra vez a una lucha (consigo mismo, con su propio aprendizaje), de momento, interminable, sin final, como el propio final de la obra acaba representando en un diálogo simpático, algo crepuscular (sí, la luz se va apagando, poco a poco, como en la canción de Dylan*), también agridulce. El resultado parece incierto, pero eso lo hace aun más interesante. Seguiremos, admirados, disfrutando del camino ("proceso") que ha emprendido Sergio, bailarín inconformista y valiente.
* It's not dark yet.
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