sábado, 9 de febrero de 2019

39. Anaxárete


Descubro en la Oda a la flor de Cnido, de Garcilaso, a Anaxárete ("Anajérete", dice el poeta) y su mito tierno y cruel. 

"Estábase alegrando
del mal ajeno el pecho empedernido,
cuando abajo mirando,
el cuerpo muerto vido
del miserable amante, allí tendido."

Las Metamorfosis de Ovidio (XIV 698 ss.) y el Diccionario* de Pierre Grimal ("Anaxáreta") me llevan a la Venus Prospiciens (Venus Espectadora) latina. Resulta evocador dirigir la mirada, desde nuestro horizonte actual, no sé con qué tipo de inocencia perdida (si es que esta noción significa algo en este contexto) hacia esa conjunción de lo sagrado, lo bello y lo erótico. Ante la insistencia irremediable y trágica del Ifis de Ovidio

"[...] acuérdate de que el amor no se me ha ido antes que la vida [...]"

no sabe uno si quedarse con la doncella del poeta latino, horrorizada, petrificada por la visión de su adorador ahorcado a la puerta de su casa, o con la del mito griego, dura hasta el final, como la piedra en que la convierte Afrodita, esta última, por lo demás, responsable de todo el episodio. (De Huellas, 2011)


(*) Pierre Grimal. Diccionario de mitología griega y romana. Ed. Paidós, 1981 (p. 26).


Alguna inocencia perdida hay también en reconocer, en la edición de la Poesía castellana completa de Garcilaso (Cátedra, 1990), el nombre de su editora, Consuelo Burell, profesora nuestra de Lengua y Literatura en el Instituto Santamarca de Madrid, en los años 70 del siglo pasado. Profesora seria, estricta, que a nosotros entonces, ácratas naturales sesentayochistas, nos parecía un tanto elitista. Al cabo de los años, es posible que en nuestro enorme respeto por los textos haya algo del respeto que ella nos tenía como alumnos y lectores.





38. Cerebro y poesía (algo más)


Leo ahora intensamente a G. Steiner y, como cuando hace unos meses leía a Todorov, veo que hay toda una línea de la lingüística y la crítica literaria (ahí están también Chomsky, naturalmente, y Eagleton; es posible que haya todo un espectro político, ideológico), de autores que saben, por su experiencia del lenguaje, hasta qué punto puede ser éste el vehículo de la mentira, la mala fe y las falsas verdades, la propaganda, las ideas fijas, inmunes a toda crítica empírica o racional, y, como dice el propio Steiner, la “bestialidad humana”. Cuando pienso en lo que nos puede enseñar el conocimiento de la neurobiología del lenguaje, estoy pensando en este tipo de cosas; en proporcionar un apoyo, por pequeño y precario que sea, a la certeza cultural y moral de lo mejor y lo peor que puede albergar en sí y transmitir el lenguaje humano, desde la “gracia” (Steiner) de la poesía a la “bestialidad” de su manipulación política para la humillación, la degradación y el sufrimiento del hombre. (De Huellas, 2011)


jueves, 7 de febrero de 2019

37. El consuelo de escribir


¿En qué sentido puede ser un consuelo escribir? Hay un indicio de ello en darse cuenta de lo que consuela la mera idea de hacerlo.

Sin embargo, tan cargados de cosas, de penas y sustos como ya vamos, sería improductivo marcarse cualquier objetivo en términos de resultados formales o de contenidos. Basta con hacerse consciente, durante unos momentos, del poder del lenguaje, y someterse a él, para decir algo que, en lugar de envanecer, cure, consuele, sosiegue. Sin sistema, con necesidad. Sin doctrina, con la llana honestidad de unas vidas que quisieron ser auténticas. Sin ambición, con conocimiento, como búsqueda de un saber inmediato, incorporado a la vida como su más alto sentido.

No, no es la coherencia de lo dicho lo que más importa, sino la breve y humilde satisfacción de decirlo. El texto, como residuo, debería permitir evocar esa satisfacción, aunque solo fuera en algunos casos. Nada más. (De Huellas, 2011)