Por suerte (luck) no lo hemos leído todo, o no (siempre) recordamos una buena parte de lo leído. Mientras tomamos unas muestras de tejido, y hablando laxamente de poesía portuguesa (siempre se habla mucho en esos momentos de especial concentración), un rotante de Braga me descubre un poema de Miguel Torga que no conozco/recuerdo, Sísifo. Él, residente de patología, lo tiene puesto delante del microscopio, en el hospital de Oporto donde trabaja, como un texto motivacional. ¿Hay un destino mejor para un poema? ¿Puede haber algo más motivacional que un (buen) poema?
Me encanta esa interpretación animosa, casi optimista, del mito de Sísifo, tan de amor fati nietzscheano, expresada con el estilo sobrio, minimalista y seco de Torga (que tanto admiró al Unamuno poeta, también seco y duro, como para llevar su nombre en su propio pseudónimo).
Me encanta especialmente el difícil juego de indicativo/subjuntivo de los últimos versos, que proyectan el poema hacia el futuro y las posibilidades de cada uno.