Releo ahora estas notas y me doy cuenta de que hace un año
que no escribo nada aquí. Me pregunto por qué. Me gusta ver estos textos
minúsculos que reflejan y conservan como pueden algunos momentos y horizontes
de mi vida. ¿Qué ha pasado en este último año? Trabajo, trabajo, muchísimo
trabajo. Un proyecto algo más sostenido, también, “cerebro y poesía”, una
búsqueda de los elementos cognitivos de la poesía, la verdad poética o los
procesos neurales que subyacen a la poesía, por intentar decirlo desde
distintos ángulos. También, como si hubiera caído en una trampa que yo mismo me
hubiera tendido, me ha dado (“es un don”*) por escribir algunos poemas.
Realmente, estoy sorprendido, no por el resultado (no busco a estas alturas,
naturalmente, nada parecido a una perfección, sino toda la precisión posible
con respecto a la idea poética original), sino por la satisfacción de encontrar
las palabras para dejar constancia de un momento de especial intensidad, vivido
o evocado. Uno puede intentar transmitirlo, como siempre he hecho yo, en una
prosa de círculos concéntricos, “dándole vueltas”, por decir así, al asunto.
Ahora creo que en el centro de esos círculos hay, podría haber si uno supiera
enunciarlo, un poema. Cuando uno intenta escribirlo, o atraparlo, empieza a
pelear, ya no con la idea original, huidiza (“idea liebre” de Bergamín), sino
con la forma del verso, con las palabras. Me doy cuenta de que hay mucho que
explorar y disfrutar ahí si uno no se deja distraer por ninguna vana intención
sobre el resultado en términos formales, o incluso técnicos, en cuanto a si es
“bueno”, o si tiene alguna calidad más allá del intento circunstancial que
realmente es. Me basta con que una lectura posterior del poema me aproxime a
aquello que lo originó, y cuanto más, mejor, mejor será el poema para mí. Yo no sabría escribir para otros, ni ha sido
nunca esa mi intención.
Corolario: es imposible comentar adecuadamente un poema (y,
en el fondo, no otra era mi intención al enunciar el programa de “cerebro y
poesía”), si no se enfrenta uno a la enorme dificultad de escribir unos
cuantos.
Hay un pensar analítico, dirigido, problemático, que busca
soluciones. Hay un pensar meditativo, errático, que explora el espacio del
pensamiento, que recuerda e imagina. Y hay un pensar poético que busca la
palabra precisa para acotar la intuición, el sentimiento, y con ritmo ajustado,
que se va imponiendo suavemente en fragmentos, versos, que van surgiendo casi
espontáneamente. Podría decirse que hay una función poética del pensamiento,
que en determinadas condiciones el pensamiento, el lenguaje comienza a
expresarse poéticamente, y esa es entonces su forma de expresión más adecuada. (De Huellas, 2008)
(*) "Siempre la claridad viene del cielo; es un don (...)". Don de la ebriedad, de Claudio Rodríguez.
Como lo veo ahora, y ya apuntaba el último párrafo, no era el cerebro, sino el pensamiento, de lo que se trata. La falacia mereológica de Dennett, tan frecuente. (2018)