sábado, 22 de diciembre de 2018

24. Santayana y algunos problemas personales

En una mañana espléndida como esta, lo eterno se impone a la noticia. Platónico, apago la radio del coche.

A ratos desencantado, a ratos ilusionado de nuevo, y cada vez más cansado. ¿Cómo acabará esta lucha? ¿Sabré? ¿Podré? (De Huellas, 2009)

Creo que recuerdo bien cuándo surgio la mínima idea para escribir la primera parte de esta nota (también mínima). Iba yo conduciendo por la Gran Vía, camino del hospital, en una mañana de abril, como queda recogido, espléndida (como la palabra que lo indica, que también lo es), escuchando la radio del coche, algunas noticias, y dándole algunas vueltas al singular platonismo materialista de Santayana, del que acababa de leer algo*. De fondo, en la segunda parte de la nota, aparece el conflicto, ya plenamente declarado en el hospital, que siguió a mi nombramiento como Jefe de Unidad (por segunda vez). Un periodo intenso de odios cruzados que todavía no sé analizar.

Acabo de atravesar (si es que de verdad he acabado) otro de esos periodos, esta vez con un antagonista mucho más poderoso. ¿A qué cosa no atiendo (consciente o inconscientemente) en mi trato con algunas personas, que genero odios de semejantes dimensiones? ¿En qué momento y por qué decido no hacer eso que "se"** debería hacer para (todo el mundo entendería ese "gesto", esa pequeña traicíón a uno mismo) rebajar la tensión, para "llevarnos bien", para que las cosas sigan funcionando mediante una hipocresía mutua, razonable, asumida por todos? ¿Por qué, en conclusión y recordando a Russell, no soy cristiano?

* Platonismo y vida espiritual. George Santayana. Ed. Trotta, 2006. De Santayana, uno de mis filósofos-escritores favoritos, junto a Sartre, Bloch y algunos más, o con él, habrá que hablar en próximas entradas de este blog.

**En el pleno sentido heideggeriano de este "se" (man).



23. Cerebro y poesía (primer intento)


Releo ahora estas notas y me doy cuenta de que hace un año que no escribo nada aquí. Me pregunto por qué. Me gusta ver estos textos minúsculos que reflejan y conservan como pueden algunos momentos y horizontes de mi vida. ¿Qué ha pasado en este último año? Trabajo, trabajo, muchísimo trabajo. Un proyecto algo más sostenido, también, “cerebro y poesía”, una búsqueda de los elementos cognitivos de la poesía, la verdad poética o los procesos neurales que subyacen a la poesía, por intentar decirlo desde distintos ángulos. También, como si hubiera caído en una trampa que yo mismo me hubiera tendido, me ha dado (“es un don”*) por escribir algunos poemas. Realmente, estoy sorprendido, no por el resultado (no busco a estas alturas, naturalmente, nada parecido a una perfección, sino toda la precisión posible con respecto a la idea poética original), sino por la satisfacción de encontrar las palabras para dejar constancia de un momento de especial intensidad, vivido o evocado. Uno puede intentar transmitirlo, como siempre he hecho yo, en una prosa de círculos concéntricos, “dándole vueltas”, por decir así, al asunto. Ahora creo que en el centro de esos círculos hay, podría haber si uno supiera enunciarlo, un poema. Cuando uno intenta escribirlo, o atraparlo, empieza a pelear, ya no con la idea original, huidiza (“idea liebre” de Bergamín), sino con la forma del verso, con las palabras. Me doy cuenta de que hay mucho que explorar y disfrutar ahí si uno no se deja distraer por ninguna vana intención sobre el resultado en términos formales, o incluso técnicos, en cuanto a si es “bueno”, o si tiene alguna calidad más allá del intento circunstancial que realmente es. Me basta con que una lectura posterior del poema me aproxime a aquello que lo originó, y cuanto más, mejor, mejor será el poema para mí. Yo no sabría escribir para otros, ni ha sido nunca esa mi intención.

Corolario: es imposible comentar adecuadamente un poema (y, en el fondo, no otra era mi intención al enunciar el programa de “cerebro y poesía”), si no se enfrenta uno a la enorme dificultad de escribir unos cuantos.

Hay un pensar analítico, dirigido, problemático, que busca soluciones. Hay un pensar meditativo, errático, que explora el espacio del pensamiento, que recuerda e imagina. Y hay un pensar poético que busca la palabra precisa para acotar la intuición, el sentimiento, y con ritmo ajustado, que se va imponiendo suavemente en fragmentos, versos, que van surgiendo casi espontáneamente. Podría decirse que hay una función poética del pensamiento, que en determinadas condiciones el pensamiento, el lenguaje comienza a expresarse poéticamente, y esa es entonces su forma de expresión más adecuada. (De  Huellas, 2008)

(*) "Siempre la claridad viene del cielo; es un don (...)". Don de la ebriedad, de Claudio Rodríguez.

Como lo veo ahora, y ya apuntaba el último párrafo, no era el cerebro, sino el pensamiento, de lo que se trata. La falacia mereológica de Dennett, tan frecuente. (2018)


viernes, 30 de noviembre de 2018

22. Leer y escribir

A veces me imagino como escritor, pero no es más que una ilusión agradable. Es mucho mejor leer que escribir, pero al final es inevitable imaginarse a uno mismo escribiendo, ¿lo que lee? No, otra cosa, un comentario, otra historia, siempre hay alguna historia rondando por ahí; no sé, escribiendo, ocupando por un momento ese lugar misterioso y privilegiado del narrador. Sin embargo, no se trata de eso. La narración no resulta de un acto espontáneo o primordial, natural como una fuente o un soplo de viento. No, el narrador forma parte de la ficción, es un actor más al servicio de un guion cuya geometría no le pertenece. Imaginarse a uno mismo como ese otro que construye desde atrás, desde arriba, el escritor, eso cuesta mucho más, y no resulta tan agradable. (De Huellas, 2007)


sábado, 17 de noviembre de 2018

21. Das Glasperlenspiel

Uno de los mayores aciertos de Hermann Hesse* es haber sabido representar como "juego de abalorios" (Glasperlenspiel) eso que venimos haciendo con la cultura y el conocimiento, con nosotros mismos, los que hemos creído desde que tenemos uso de razón, por así decirlo, que nada hay más importante, salvo las personas mismas, que el pensamiento, que no es sino pensamiento de algunas personas**. Incluso ese "algunas" ha sabido traducirlo Hesse delicadamente en un sentido "democráticamente" elitista***. Yo no podría decir cuántos "juegos de abalorios" he planeado  y comenzado, muchos, muchísimos, y en eso ha consistido hasta ahora principalmente mi vida intelectual. ¿Terminaré alguno de ellos o es solo uno el que se termina a lo largo de la vida? ¿O es, más bien, que el juego intelectual, aun el de los que lo abordan seriamente, con su vida entera****, consiste solo en eso, en planear y comenzar? (De Huellas, 2006)


* Quizá el mayor de todos, entre otros muchos, fue su valiente y decidida apuesta por la paz frente a las dos Guerras Mundiales del s. XX, en compañía de otras figuras geniales, como Romain Rolland, André Gide y Stefan Zweig. De este pacifismo ejemplar y perfectamente vigente, se hablará en otras entradas de este blog.

** Hecho pensamieno transmisible y colectivo en el lógos común, compartido, el lenguaje.

*** No en un sentido clasista, sino de elevación personal. No de elevación "sobre los demás", como en el poema de Goytisolo ("Me lo decía mi abuelito / me lo decía mi papá [...]"), sino de elevación sobre uno mismo, en el sentido de Agustín de Hipona.

**** ¿Profesionalmente, académicamente?



viernes, 19 de octubre de 2018

20. Schopenhauer y el pensamiento personal

La lectura de Schopenhauer es una fuente continua de sabiduría, e incluso en las ocasiones (no infrecuentes) en que el filósofo parece algo desmesurado sus textos nos ayudan a pensar. Precisamente sobre la lectura de otros autores dice esto (Complementos, Ed. Trotta, p. 109):

"Desde luego, la afluencia continua de pensamientos ajenos tiene que obstaculizar y asfixiar los propios e incluso, a la larga, ha de paralizar la capacidad de pensar si esta no tiene un alto grado de elasticidad capaz de resistir aquella corriente antinatural. De ahí que el incesante leer y estudiar echen a perder la mente, no solo de forma directa, sino también porque el sistema de nuestros propios pensamientos y conocimientos pierde su globalidad y su conexión permanente cuando con tanta frecuencia lo interrumpimos arbitrariamente para dar espacio a un curso de pensamientos totalmente ajeno."

Hay un momento en que uno deja de oír tanto la voz de los otros, y empieza a escuchar su propia voz, y la identifica y la valora. Es un momento importante en la vida. Como sugiere Schopenhauer (y algo añado yo), a los que hemos leído demasiado, eso nos ocurre más tarde.

(Y, sin embargo, sabemos que nunca se lee demasiado.)




domingo, 30 de septiembre de 2018

19. En torno al comunismo

Me sorprende, y reconozco que me agrada, cuando alguien dice hoy claramente que es comunista. Creo que entiendo de qué clase de persona se trata, y que probablemente, por decirlo en un lenguaje un tanto reduccionista, "es de los míos, de los nuestros". Hace unos cuantos años yo también lo era, creía serlo, y lo decía, a veces en aquellos ámbitos y momentos en que resultaba más incómodo. Posiblemente, lo que quería decir con ello es que sentía una gran admiración por un buen número de personas, conocidas, históricas, o anónimas, que habían vivido y luchado bajo esa bandera. Ahora ya no lo digo, porque me parece que el término ha perdido en parte su sentido original, y no sé cuál es exactamente su sentido actual, quizás por uno de esos "cambios de paradigma" históricos que tardamos tanto en comprender.

Sin embargo, el comunismo, posiblemente el proceso histórico principal y central del s. XX, creó una topología, recogida en el "en torno a" del título de este texto, de la que todavía no podemos escapar. En torno al comunismo, se puede ser, p. ej., anti-comunista (término que, paradójicamente, ha mantenido una estabilidad semántica a lo largo de los ss. XX y XXI, y que sigue plenamente vigente, al igual que su ¿antónimo?, "anti-fascista"), o ex-comunista (término que se ha utilizado para justificar todas las formas de oportunismo personal y político).

Se me ocurre que, probablemente, muchos de los que nos considerábamos hace unos años comunistas podríamos situarnos hoy en algo que podríamos llamar "trans-comunismo", definido, en cierto modo negativamente, por no constituir ninguna forma de ex-comunismo, ni mucho menos, de anti-comunismo. Se trataría, más bien, de intentar mantenerse en esa tradición "grande y noble", en palabras de R. Rorty ya citadas en otra entrada de este blog (23/09/2017), aunque todavía no podamos decir adónde nos lleva el cambio de paradigma actual. Creo que una señal para la orientación, entre otras, en el momento actual de exploración de nuevas ideas, puede ser el "comunismo hermenéutico" propuesto por Vattimo y Zabala*. Una forma de trans-comunismo en la que prima, por decirlo en palabras del propio Rorty, atender a todo lo valioso que surge para el ser humano, y especialmente para la defensa de los seres humanos frágiles y vulnerables, "en la conversación de la Humanidad".


*"Comunismo hermenéutico. De Heidegger a Marx." G. Vattimo y S. Zabala. Traducción de Miguel Salazar. Herder, 2012.

(La relevancia del contexto. En esta pequeña reflexión, tal como se ha formulado aquí, es posible que hayan estado, de alguna forma, presentes, la emotiva película de Robert Guédiguian, "La casa junto al mar", que vimos anoche; una entrevista a la capitana de la selección nacional de baloncesto, en El País (28/09/2018), que encontré hoy en Twitter; y las notas y palabras cálidamente crepusculares del Not dark yet, de Bob Dylan, que venía escuchando en el coche esta mañana mientras me decidía a escribirla.)



sábado, 2 de junio de 2018

18. Ducha o bici

Cuando era joven, o muy joven, tenía la costumbre de dar largos paseos solitarios, con frecuencia por el barrio de El Viso, no lejos de mi casa, que me ayudaban, como suele decirse, a aclararme las ideas. Ahora ya no lo hago, ya no soy tan solitario, prefiero leer a Rousseau que practicarlo, y del soliloquio de Cernuda me quedo con todo menos con la soledad. Sin embargo, esa misma impresión de dejar que las ideas fluyan libremente, como en busca de algo que a veces encuentran, sin que uno sepa bien por qué, la experimento con cierta frecuencia mientras me ducho, con o sin música, y cuando monto en bici. En la ducha, uno cierra los ojos, como en el poema de Emilio Prados ("Cerré mi puerta al mundo...") y por unos momentos el mundo se hace íntimo, cálido y acogedor, y se encuentra uno pensando en mil cosas casi sin darse cuenta. En bicicleta, el ritmo del movimiento físico, la velocidad, el mundo que uno ve pasar, adquieren unas dimensiones igualmente agradables, humanas, y la reflexión se activa y fluye por caminos inesperados.

Por si tuviera algún sentido a lo largo del tiempo, en este blog indicaré las notas cuyas ideas de origen hayan surgido en la ducha (Dx) o en la bici (Bx). Esta que aquí termina, por cierto, es Dx.