No sé la gente de derechas, apenas conozco de qué se discute en ese mundo que me resulta tan lejano, pero los de izquierdas discutimos mucho de política, de las políticas posibles e imposibles, especialmente en estos últimos tiempos de crisis y guerras (o, quizás mejor, con motivo de las crisis y las guerras de estos últimos tiempos). Muchas veces, al terminar una discusión (en lo más alto o en lo más bajo, según el caso), nos vamos a casa pensando que hemos discutido demasiado, y nos preguntamos también, algo perplejos, para qué discutiremos tanto.
¿Será para convencer, para convencernos, para aclararnos las ideas al tiempo que pretendemos aclararles las suyas a los demás? ¿O será solo porque tenemos una necesidad esencial de expresarnos, y nos ponemos a discutir lo mismo que nos podría dar por cantar o por recitar poesía? ¿O es que, en fin, imaginamos que así, con esa pasión desenfrenada, encontraremos entre todos la verdad?
Qué se yo, me da por pensar que, a pesar de los inconvenientes (algunos rasguños, a veces) no debemos dejar de discutir, sin muchos límites, con la vehemencia de siempre, a ver si así descubrimos alguna vez, en alguna dimensión oculta a la que accedamos en el calor de la discusión, por qué será que discutimos tantísimo (entre nosotros).