Hay una curiosa paradoja en el hecho de que, por más que nos pasemos el día, y quién sabe si también la noche, pensando en ese natural y satisfactorio gobierno de nuestros actos y nuestras ideas que es el vivir consciente de cada día, con proyectos con que llenar el tiempo y razones con que justificar las cosas, basta con que se nos escape un gesto inconsciente, irracional o al menos imprevisto, para que, entre avergonzados y divertidos, estemos seguros ya para siempre de no ser en realidad otro que ese del que partió el gesto, y que todo lo demás es solo apariencia. Yo, al menos, estoy más seguro de ser éste que a veces hace alguna tontería que este mismo cuando se afana todos los días en construir su irrepetible vidita racional y modélica. (De Huellas, 1992)
Y así es. Con el tiempo he aprendido a jugar con estas cosas freudianas, a jugar con el límite, a domar lo irracional y a la vez disfrutarlo. Ese instante, en medio de una conferencia, en el que se evalúa sobre la marcha si soltar una pequeña ocurrencia, una tontería, y haberla dicho ya, y lamentarlo un poco, solo a medias, porque el rastro que deja es agradable, un poco gamberro. Jugar en el límite, caminar por el alero. Silly habits. (De Huellas, 2018)
Me pregunto ahora (que empiezo a releerlo), si ya habló también de esto Zarathustra.
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